Colegio de Escribanos Provincia de Buenos Aires

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La soledad de los que están solos en esta pandemia

Queremos compartir con nuestros asociados la nota recibida de nuestra socia e integrante de la actual Comisión Directiva:

«Estamos transitando una pandemia. No sabemos qué hacer, como hacer. No sabemos que pensar, cómo pensar. Nos inundan informes que no sabemos quién los hace, pero el problema mayor es que quienes nos dirigen no saben qué hacer o como hacer y entonces lo mejor es mantenernos encerrados. Y en este encierro, cada uno tiene una vivencia particular y única.

Cada uno desentierra momentos, personas, actitudes, escritos, pensamientos, caminos.

Cada uno, por más que esté acompañado, desentierra cosas distintas. Cada uno las ve a la distancia diferentes a como las veía.

En este destierro de momentos, valoramos cosas distintas a las que valorábamos y nuestra escala de valores está cambiando.

En estas soledades nuestra sensibilidad aflora más que nunca. Al estar separados de seres queridos, de familia, de amigos, se acelera más la sensibilidad. Cualquier noticia que uno escucha, parece una espina que se clava en el corazón y se escapa por los ojos en forma de lágrima.

En estas soledades, por vivir sola y por cumplir reglas de tiempos de pandemia, uno no logra repreguntarse lo que se preguntaba, o no se anima. Solo atina a preguntar hasta cuando, porque el corazón a veces te dice que no sabe si aguanta…

Y como no hay respuestas, uno solo mira lo que lo rodea, trata de ver más allá y solo encuentra lo que está cerca, ahí, pegado a uno, no más de eso, porque el ‘ver’ resulta más difícil y se mete dentro del sentir y todo se derrumba y entonces volvés al punto de partida: el signo de interrogación, la desesperación que produce la vastedad del tiempo; la sensación de no despertarse de un sueño; las marcas en la piel por la luz del encierro; el temblor de la mano al escribir lo acostumbrado; la voz que no sale por el silencio de los intervalos.

Todo se aquieta, se silencia, pareciera que se apaga, pero sigue; pareciera que se detiene, pero continúa; pareciera que se va, pero se queda; imita lejanía, pero está cerca; me libera, pero no me suelta.

Entramos al otoño. Las hojas empiezan a caer, como las esperanzas empiezan a dilatar su llegada y así todos los senderos emocionales se unen en un solo lugar: Estar solo.

Y cuando te das cuenta de ello comenzás a reciclar lo que tenías y te aburría, pero nada podes hacer.

Querés decirle a alguien algo y no podés, porque la distancia de cualquier tipo que sea, no tiene la capacidad para recrear emociones; querés trabajar y no podés; querés abrazar a alguien y tampoco podés, no porque no quieras, sino porque no resulta conveniente que lo hagas; querés disfrutar una salida y no podés; querés brindar con un amigo y no podés y no podés y no podés y no podés, porque solo podés estar solo.

Y ahí es cuando tratás de entender que sentían, que pensaban los que pasaron por las epidemias que nos precedieron y lográs entender que lo único que tienen en común es la cantidad de gente que muere, porque nadie de la población de aquellos tiempos podía entender que pasaba, salvo pensar que era un castigo de Dios.

Pero hoy, año 2020 acostumbrados a estudiar, trabajar, a compartir con familia y amigos, a evolucionar, a disfrutar momentos, a encender las luces de las vacaciones, a respirar mirando la cantidad de luces que titilan en el universo, a buscar la dulce apertura de una puerta que a veces te detiene ver, sentimos una soledad que no comprendemos, porque somos tal vez un hombre más humano, que necesita compartir, que necesita dar y recibir; que espera abrazar al otro, tomar una copa, mirarlo a los ojos …

Y en este aislamiento nadie sabe enseñarnos y nos cuesta aprenderlo, pero siempre en nuestro interior seguimos manteniendo la esperanza de un no muy lejano amanecer».

Mabel E. Rodriguez
En Mar del Plata, en el equinocio de otoño del año 2020.

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